“Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Dijo entonces a sus discípulos: Ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla.” Mateo 9:36-38
¿A quién voy a enviar?
El Señor Jesús se encontraba ya bien inserto en su ministerio terrenal cuando dirigió las palabras del pasaje citado arriba a sus discípulos. Venía de recorrer muchos pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas y anunciando la buena noticia del reino. Venía de sanar a enfermos, de devolver la vista a unos ciegos, de volver a la vida a la hija de Jairo, de que una mujer quedara sana sólo por tocar el borde de su manto.
El Maestro en medio de las multitudes, interesándose por ellos, involucrándose con sus sufrimientos y necesidades, el Dios que todo lo conoce estaba experimentando en primera persona el encuentro con el hombre en su realidad más precaria y sufrida. Había visto cómo los ojos de Jairo se transformaban atravesados por el dolor de la noticia de la reciente muerte de su hija. “No temas, sólo cree!” (Mc. 5:36) le había dicho el Señor camino a su casa antes de volver la niña a la vida.
Él era Dios, pero las situaciones que estaba viviendo en medio de toda aquella gente no dejaban de afectarlo. Podía sanar a éste o aquel, devolver la vista a un puñado de ciegos, hacer caminar a un paralítico, liberar a un endemoniado, sin lugar a dudas cambiar la vida de muchas personas para siempre. ¿Pero qué hay del resto? ¿Que pasaría con los que no tuvieran la oportunidad de toparse con él en el camino, o con los que no alcanzaran a tocar el borde de su manto? ¿Qué hay de nosotros hoy, más de 2.000 años después?
Jesús dirigió la mirada a la multitud y dice la Biblia que sintió compasión de ellos, él vió a personas cansadas, abatidas, angustiadas y desamparadas, dispersas como ovejas que no tienen pastor. Conmovido ante tanta necesidad y tanto trabajo por hacer dijo a sus discípulos: “pidan ustedes al dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla”.¿Qué vemos nosotros cuando miramos a nuestro alrededor? ¿Qué siente nuestro corazón cuando observamos a las personas, cuando tomamos conocimiento de sus dolores y cargas, de sus angustias y enfermedades? ¿Cuando las vemos ir y venir como ovejas sin pastor?
El apóstol Pablo nos anima en la carta a los Filipenses a tener unos con otros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús (Fil. 2:5) y afirma categóricamente en su primera carta a los Corintios: ¡Nosotros tenemos la mente de Cristo! (1 Cor. 2:16)
¿Cómo permanecer entonces inertes ante lo que ven nuestros ojos?
Observemos que Jesús no dice a sus discípulos vayan ustedes! (aunque más tarde él mismo los enviará como obreros a la mies), sino que les exhorta a pedir al Padre, al dueño de la mies, que envíe más obreros a trabajarla. Pues es el dueño el que llama y envía.
No sabemos si los discípulos oraron por ir ellos o pidieron para que sean enviados otros, sí sabemos que fueron llamados y que respondieron positivamente.
¿Qué hay de ti hoy? ¿Te encuentras entre los obreros que ya recogen la cosecha? ¿Estás a la espera de ser llamado? ¿Eres tal vez de los que andan cansados y angustiados como oveja sin pastor?
Cualquiera sea tu situación, busca tu lugar, toma tu puesto, desea en tu corazón tomar parte en la obra de Dios. No dejes de pedir al dueño de la cosecha que envíe más obreros a la mies. Tal vez tu corazón se encienda como el corazón de Isaías y puedas gritar como él: “Aquí estoy yo, envíame a mí!” (Isaías 6:8)